El Palacio Nacional
argonmexico.com / Desde la Plaza miremos hacia el Palacio Nacional: podrá observarse la magnitud del edificio que, en su sobriedad, otorga armonía al conjunto, con su fachada en la que destaca el rojo tezontle. Visto así de frente, sobresalen los torreones en los extremos y las tres puertas que corresponden a tres áreas del Palacio.
La de la derecha o Sur conduce al Patio de Honor y a las oficinas de la Presidencia de la República. A esta ala no tiene acceso el público. La de la izquierda, se llama Puerta Mariana, en honor del presidente Mariano Arista, quien mandó construirla en 1850, después de tapiar la del reclusorio que substituyó a la Cárcel de Corte, con sus correspondientes salas de justicia y aún de tortura, cuyo espacio hoy es ocupado por la Secretaria de Hacienda.
Sobre la puerta central se ubica el balcón desde el cual, cada 15 de septiembre a las once de la noche, el presidente encabeza la ceremonia del Grito que rememora el inicio de la independencia por el cura Hidalgo, cuando en el pueblo de Dolores, Guanajuato, llamó a la rebelión tañendo la campana que hoy se encuentra sobre el balcón presidencial.
Desde entonces, a este acto se le conoce como el Grito de Dolores. En el frontón que corona la hornacina en la que se encuentra la campana, las esculturas que flanquean el escudo nacional -un caballero águila y un caballero español, obra de Manuel Centurión (1883-1952)- simbolizan la síntesis de la cultura mexicana.
El Palacio ha experimentado un sinnúmero de transformaciones. Los primeros arquitectos, cuando todavía era casa de Cortés, fueron Rodrigo de Pontocillos y Juan Rodríguez. Después, el Palacio es incendiado por los partidarios del arzobispo, a raíz de un pleito con el virrey en 1624.
A causa de una hambruna y de los malos tratos de las autoridades, en 1628 es destruido casi hasta sus cimientos por una multitud enardecida. La reconstrucción se encargó a fray Diego Valverde. Perdió entonces, subraya Manuel Rivera Cambas (1840-1917), el aspecto de fortaleza que le daban la artillería colocada en las torres de los ángulos y las troneras para fusilería.
La siguiente transformación mayor es la realizada de 1926 a 1929, cuando se le añade un tercer piso, a propuesta del ingeniero Alberto J. Pani, entonces secretario de Hacienda, y bajo la dirección del arquitecto Augusto Petriccioli.
Además de la corte virreinal, el Palacio alojó a los titulares de tres imperios efímeros: Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna y Maximiliano de Habsburgo. El primer republicano que vivió entre sus muros fue el también primer presidente de México, Guadalupe Victoria, y el último que lo habitó, Manuel González, presidente de 1880 a 1884.
Entre los huéspedes notables del Palacio hay que mencionar a sor Juana Inés de la Cruz, a Mateo Alemán, el celebre autor de la Vida del pícaro Guzmán de Alfarache, y a fray Servando Teresa de Mier, quien no sólo vivió, sino murió en Palacio, después de invitar personalmente a sus amigos a la ceremonia de su extremaunción. Asiduos visitantes del Palacio fueron el científico Alejandro de Humboldt y el libertador Simon Bolívar durante sus respectivas estancias en México.
Entremos, a Palacio por la puerta central, la más antigua, para poder observar el señorial patio circundado de arcos de un barroco moderado. En el cubo de la escalera, que no ha experimentado modificaciones, con excepción de la balaustrada, pueden admirarse los magníficos murales de Diego Rivera, uno de los Tres Grandes de la Escuela Mexicana de Pintura, realizados de manera intermitente, entre 1929 y 1935.
Los Murales de Diego Rivera
Titulada en conjunto Epopeya del pueblo mexicano, la obra se divide, a la manera de un tríptico, en tres espacios definidos por la arquitectura del edificio, y a los que Diego otorgó autonomía. En el muro de la derecha o norte, México prehispánico, la figura central es la representación de Quetzalcóatl, Dios del Viento y de la Vida, Estrella de la Mañana y de la Noche, quien lleva en su mano el cetro de las siete constelaciones.
Sobre él, dos representaciones más del mismo Quetzalcóatl, a la derecha durante su partida, después de caer en la embriaguez seducido por Tezcatlipoca, el Cielo Nocturno; a la izquierda, sobre un volcán en erupción, bajo la forma de serpiente emplumada.
En el muro del fondo o poniente, titulado Historia de México, se despliegan los momentos claves desde 1521 hasta 1930, y pueden distinguirse varios planos. En una especie de rombo central, aparece la Conquista y el signo dominante es la violencia, a la que Rivera impregna de dramatismo al otorgarle, como en un relato cinematográfico, un gran movimiento a las escenas.
Sobre este plano, la conquista espiritual se muestra con sus aspectos positivos en el lado derecho: los frailes defensores de los indígenas; los aspectos negativos aparecen a la izquierda: la quema de los códices, la Inquisición y sus jerarcas. En los dos extremos de este plano el sentido se invierte, pues del lado derecho tenemos la destrucción de los templos indígenas y del lado izquierdo la construcción de los edificios coloniales.
El plano superior del mural se divide a su vez en los cinco arcos que lo forman. Los dos de los extremos están dedicados a dos invasiones extranjeras: el de la derecha, a la estadounidense; el de la izquierda, a la francesa, que apoyó el breve imperio de Maximiliano de Habsburgo.
Entre ellos se establece un paralelismo plástico, al colocar los grupos y la fusilería en sentido inverso y coronarlos con un águila cuya diferente acción -de extender las garras o alejarse hacia el exterior- da cuenta del distinto desenlace: derrota en el primer caso y triunfo en el segundo para los mexicanos.
De los tres arcos restantes, el del centro se dedica predominantemente a la Independencia, aunque en su parte superior incluye personajes del siglo XX, el de la derecha a la Reforma y el de la izquierda a la Revolución. Desde el punto de vista plástico, no puede dejar de destacarse el virtuosismo del retratista, afirmado en más de cien rostros reconocibles de la historia de México.
En México de hoy y de mañana, correspondiente al muro sur y al extremo izquierdo de este gran tríptico, Diego Rivera combina la crítica radical al orden establecido con la utopía del futuro encarnada en la figura de Carlos Marx. En el interior de un espacio integrado por tubos intercomunicados, el artista encuadra a los representantes de las clases dominantes: para personificar al capitalismo, Rivera eligió el rostro de Plutarco Elías Calles, presidente de México de 1924 a 1928.
En el cuadro colocado a la izquierda y un poco más arriba del anterior, para simbolizar el poder del dinero, Diego retrató a John D. Rockefeller Jr. vale recordar que en 1933 el mural de Rivera pintado en el Rockefeller Center de Nueva York había sido destruido por incluir un retrato de Lenin.
Junto al integrante de la dinastía bancaria estadounidense, Rivera colocó a Harry Sinclair, William Durant, J,P. Morgan, Cornelius Vanderbilt y Andrew Mellon, personajes del mundo financiero de los Estados Unidos. Las maestras que aparecen en la parte inferior corresponden a Cristina y Frida Kahlo; ésta última fue dos veces esposa de Rivera y una de las artistas más notables de la plástica mexicana.
Dando vuelta por el corredor del primer piso, pueden observarse los once páneles que pintó Diego entre 1941 y 1952. El tercero, más largo, después de las grisallas que flanquean la puerta, se titula, usando la palabra indígena que designa al mercado, El tianguis de Tlatelolco. En él, destaca el retrato de Frida Kahlo, quien, con un gran ramo de alcatraces blancos que asoman detrás de la cabeza, aparece bajo la figura de la “alegradora”, mujer que – identificada por los misioneros españoles como prostituta – cumplía en realidad funciones de concubina de los guerreros jóvenes.
Dando vuelta al final del corredor hacia la derecha, ya sobre el muro oriente, está el mural que recibe dos nombres: La Colonización o Llegada de Hernán Cortés a Veracruz. Ahí resalta la figura de Cortés, cuya deformidad, en la que Diego quiso mostrar los estragos de la sífilis que trajeron los conquistadores, ocasionó en su momento una tormenta de insultos lanzada por los hispanófilos.
Otros Recintos
Siguiendo por el mismo corredor se encuentra, donde estuvo el Salón de las Comedias de los virreyes, el llamado Recinto Parlamentario, una reconstrucción de lo que fuera la Cámara de Diputados que se instaló en Palacio Nacional desde 1829 hasta el 22 de agosto de 1872, cuando un incendio accidental consumió la sala.
Descendiendo por la misma escalera monumental y atravesando el patio mayor hacia el lado norte, ocupado por la Secretaría de Hacienda, puede observarse el Salón de la Tesorería, obra de los arquitectos Manuel Ortiz Monasterio y Vicente Mendiola. La puerta de hierro y bronce fue diseñada por el arquitecto Petriccioli.
Siguiendo por el mismo pasillo se llega a la llamada escalera de la emperatriz, considerada una de las obras más hermosas de Palacio, construida por los hermanos Juan y Ramón Agea, quienes, para responder a la desconfianza de que pudiera derrumbarse, “hicieron bajar por ella a paso de carga a todo un batallón mientras ellos permanecían debajo”.
Continuando por el corredor, en el cruce hacia el patio llamado precisamente de Hacienda se puede ver la estatua de Juárez. La escultura, de Miguel Noreña (1843-1894), fue criticada porque, al contrario de las normas de etiqueta de las que era respetuoso el Benemérito, Juárez aparece sentado sobre los faldones de la levita.
Desde el patio puede accederse al Recinto de Benito Juárez, ubicado en donde estuvieron sus habitaciones durante su última presidencia y donde murió el 18 de julio de 1872. En el interior, se conservan la recámara, la sala y el estudio, con numerosos objetos personales.
*La Ciudad de México -Centro Histórico-1997. Plaza de la Constitución. Tiempo de Recorrido: 25 minutos. Horario: Diario de 9 a 17 horas