Discurso en el Capitolio
argonmexico.com / El discurso de Felipe Calderón pronunciado en días pasados en el Capitolio del país vecino, dejó al menos un agradable sabor patriótico en los mexicanos, pues no ha sido común que un presidente mexicano haya condenado cuando menos dos acciones que en estos momentos son cruciales: la pasividad sobre una reforma migratoria que allane la intolerancia ante los migrantes mexicanos y el tráfico de armas hacia nuestro país.
Entendemos que las 27 ocasiones en que recibió el aplauso de los legisladores -demócratas principalmente-, no quiere decir que los güeros ya se convencieron y que actuarán ipso facto para establecer políticas públicas a favor de estos puntos, y menos cuando la industria estadounidense de las armas es uno de los negocios más exitosos desde tiempos inmemorables; además de que el hecho de otorgar mejoras a los derechos de los migrantes, reflejaría dejar de obtener bastos ingresos a sus empleadores.
Aquí el meollo del asunto fue la actitud de Calderón, una actitud decorosa, patriótica y didácticamente puntual en los temas que más nos duelen hoy, una actitud firme y de reclamo en el seno mismo de la fábrica de leyes de los Estados Unidos.
En la histórica relación bilateral es bien sabido que los güeros “no dan paso sin guarache”, que bien merecida es la reflexión del enorme José Martí: “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”; y que nos han llevado ventaja con mucho de cualquier negociación ya sea financiera, energética o de otra índole.
También es de todos conocido que en la historia contemporánea (gobiernos del PRI), nuestros gobernantes van con sombrero en mano (en actitud de sumisión), a verificar los proyectos de la nación a Washington.
De ahí que no sorprenden las declaraciones del senador republicano por Utah, Orrin Hatch, al descalificar las palabras de Calderón y acusarlo de entrometido e irrespetuoso de la política interna de su país.
Cabe entonces reflexionar, ¿qué acaso no es el diálogo y la discusión parlamentaria a la que debemos de apelar en política y gobierno?, luego entonces, con este amparo hacer los señalamientos que como jefe de Estado son del interés de los mexicanos. No haberlo hecho hubiese sido una irresponsabilidad.
Algunos analistas han reflexionado sobre qué habríamos dicho los mexicanos si Barack Obama hubiera tomado el micrófono en nuestra Cámara para condenar acciones de gobierno en contra de sus intereses. Sencillamente creo que es y deberá ser el lugar indicado en un ámbito de transparencia y democracia, pues claro está que si actuáramos con los güeros como ellos lo hacen con nuestros compatriotas, yo preferiría que Obama viniera al Congreso y no nos mandara un portaviones a Veracruz. Las soluciones se dan con el diálogo y la discusión, es la mejor forma.
Sí, Adolfo Aguilar tenía razón, cuando hace años expuso en la Iberoamericana que para Estados Unidos somos “el patio trasero”, entonces de ahora en adelante habrán de considerarnos –por el bien de todos- en mejor ubicación.
Cabe destacar en este sentido, las declaraciones de Carlos Navarrete, Presidente del Senado, al conminar a sus paisanos en aquella tierra, a que voten en las próximas elecciones por los demócratas para lograr mayoría en el Congreso de aquel país y que Obama logre los cambios benéficos para los mexicanos. Esto, señoras y señores, de cualquier lado que lo quieran ver, es un avance positivo, novedoso y plausible, para esta generación de políticos mexicanos.
Si bien esta columna ha sido crítica con Calderón desde su toma de posesión, exceptuando dos ocasiones anteriores, hoy vale destacar, al amparo de la libertad de expresión, lo sobresaliente de este discurso, con un humilde aplauso adicional.
No comparto desde luego, el depósito de Calderón de la ofrenda floral ante la Tumba del Soldado Desconocido en el cementerio de Arlington, Virginia, en homenaje a los soldados mexicano-estadounidenses muertos en campañas militares de ese país.
Ahí están enterrados elementos militares estadounidenses que participaron en las diversas agresiones armadas perpetradas contra México, incluidas aquellas cuando Washington le arrebató algo más de la mitad de su territorio; así como los criminales e injustificables ataques y ocupación del puerto de Veracruz en abril-noviembre de 1914. Qué bien que Carlos Navarrete tuvo la sensibilidad de deslindar su presencia para este hecho.