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Perfiles Políticos/¡A qué tiempos, Señor Don Simón..!

Por Francisco J. Siller
Argonmexico / Esas respuestas al vuelo, sin pensarlas dos veces que caracterizan al presidente Andrés Manuel López Obrador, las más de las veces lo meten en problemas y despiertan la avalancha de criticas de la que se queja todos los días. Hoy, sin necesidad se enfrenta a los gobernadores de oposición que integran la Alianza Federalista.

Ahora si, “toma tu chocolate”, le dijeron los aliancistas que le tomaron la palabra de hacer consultas en sus entidades por aquello de los dineros que la federación debe retornar a las entidades y que 3l gobierno federal pretende reducir al mínimo para hacer frente a sus obras magnas y a sus programas sociales.

Solo eso le faltaba al “todo poderoso” inquilino del Palacio Nacional. Una crisis política que de seguro no desembocará en el rompimiento del pacto federal, pero sí tendrá un alto costo político para López Obrador, porque la alianza agrupa a los estados mayormente productivos y que más aportan al fisco.

La negativa del presidente por dar la cara a los gobernadores de Aguascalientes, Martín Orozco; de Chihuahua, Javier Corral; de Coahuila, Miguel Ángel Riquelme; de Colima, José Ignacio Peralta; de Durango, José Rosas; de Guanajuato, Diego Sinhue; de Jalisco, Enrique Alfaro; de Nuevo León, Jaime Rodríguez; de Michoacán, Silvano Aureoles, y de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, no tiene sentido. Más bien lo deja en el descrédito popular.

Enseñar el cobre es más fácil que intentar que parezca ser oro sólido. López Obrador no sabe escuchar y es impulsivo, sobre todo para descalificar a las voces que se levantan día a día en su contra. No piensa las consecuencias porque cree que nada puede derrumbarlo y mucho menos meterle una zancadilla.

Así se pelea con todos y contra todos, con los empresarios, los inversionistas nacionales y extranjeros, con las feministas, las calificadoras, los periodistas y con cualquiera que se atreva exponer su opinión sobre la mala actuación y las crisis causadas por un mal gobierno.

Es un presidente que tiene fija la meta de rescatar Pemex y la CFE, de regresar a la industria energética a un monopolio de estado, como ocurría en los 60’as y 70’as; de construir contra viento y marea sus obras faraónicas —Aeropuerto, Dos Bocas y Tren Maya—, aunque ello lo lleve a dar al traste a la política ambiental del gobierno en los últimos 30 años.

Regresar al México del combustóleo y el carbón no es viable en una época en la que las energías limpias es lo de hoy, cuando la industria internacional se esta reconviniendo para mejorar el medio ambiente, pero eso parece no importarle, como tampoco le interesan esos negocios privados generadores del 90 por ciento de empleos en el país.

Le enojan las comparaciones, porque para él México es único, tan único como su presidente, pero ignora que su actitud despierta la nostalgia en tiempos pasados, que solían ser mejores para las familias, para los negocios, para los inversionistas, que había un régimen de derecho, de respeto y de esperanza en el porvenir.

Y qué decir de sus legisladores de Morena —muy a su imagen— que no representan ni defienden a nadie, siempre sometidos a la voluntad de ese palacio donde las decisiones se toman como en la época de los reyes feudales.

Dirá usted, qué lo mismo ocurrió en el régimen priísta por casi 80 años y que no hubo mayor diferencia con los panistas en sus 12 años de gobierno. Quizá tenga razón, porque sí hubo sumisión de las bancadas mayoritarias al estilo de gobernar de cada partido.

La diferencia está en que los legisladores emanados del PRI, PAN y PRD si escuchaban a sus electores buscaban los medios para conciliar los intereses de los gobernados, con los deseos presidenciales, en aspectos tan importantes como el presupuesto de egresos.

Aquellos legisladores fueron constructores de un país con instituciones robustas que no solo escuchaban al presidente o a ese pueblo —hoy considerado sabio—, también escuchaban a la oposición en aquellos temas que significaban un avance en el perfeccionamiento de nuestras leyes y nuestra democracia.

En su momento, los partidos mayoritarios —con el concurso de los de oposición— construyeron una Constitución Política que diera la normativa legal para que México fuese un país de contrapesos, con instituciones autónomas, perfectamente definidas para limitar el poder omnímodo que representaban los presidentes en turno.

Hoy los legisladores de la mayoría no están dispuestos a construir, están coptados por esa actitud presidencial de destruir todo obstáculo que represente impedimento a los deseos presidenciales que estos sean una realidad, por disparatados o utópicos que sean.

Basta con que López Obrador tenga una de sus tantas ocurrencias mañaneras para que se presente una iniciativa para modificar la Constitución o cualquiera de sus leyes secundarias para doblarlas y ajustarlas a los deseos presidenciales, las más de las veces sin debatir los pros y los contras de su viabilidad.

Un caso claro de ello es la desaparición de los 109 fideicomisos y darle el aval para el manejo absoluto de los 68 mil millones de pesos que el gobierno recuperará para su operación, sin garantía de que los recursos fueran utilizados para satisfacer las necesidades que los originaron.

Durante 80 años de regímenes priístas —y 12 de los panistas—, se construyeron decenas de organizaciones populares que eran el puente de comunicación entre los gobernados y gobernantes. Representaban voces que eran escuchadas por el gobierno en turno, entre ellas la poderosa CTM, la CNOP, o la CNC.

También era escuchada la voz de los empresarios, porque se comprendía que el gobierno no era omnipotente y que era necesario el concurso de la iniciativa privada, de la inversión extranjera para lograr el crecimiento sostenido ese México que todos anhelamos.

Hoy las cosas han cambiado “no somos iguales” le escuchamos decir a López Obrador todas las mañanas, de la corrupción imbuida hasta los huesos de los gobernantes y gobiernos que le antecedieron y en algo tiene razón: Estamos cansados de la corrupción, que no ha sido desterrada y que aún sigue en su apogeo.

Sin embargo eso no debe ser razón para destruir lo bueno que los mexicanos ganamos y construimos en desde la época posrevolucionaria. Siempre podemos buscar mejorar y perfeccionar nuestras instituciones y la democracia que nos rige, reconociendo que integramos un país plural.

En los dos años de la LXV legislatura, pocas son las voces —excepto de la oposición— que se levantan para buscar una mejoría en la población, excepto cuando se trata de alguno de los 38 programas sociales (clientelares) emprendidos por López Obrador.

La obediencia y la fe ciega que el presidente exige de su gabinete y de sus legisladores, lo coloca en la puerta de un régimen dictatorial, que pone en riesgo nuestra viabilidad como país, las libertades y la estabilidad social.

A que tiempos señor don Simón…