La Danza, Expresión Creadora de Arquitecturas Dinámicas
El libro Cuerpos en vilo analiza el fenómeno de la danza contemporánea independiente
Por Dany García
Argonméxico / En el principio y el fin de la danza, yace el cuerpo. Expresión artística creadora de arquitecturas dinámicas cuyo lenguaje usa al cuerpo como jeroglífico, que se transforma de manera continua en el escenario.
Como cada año este 29 de abril se celebra el Día Internacional de la Danza, disciplina que en nuestro país ha tenido grandes exponentes tanto en el ámbito clásico como en el moderno, donde destacan figuras de la talla de José Limón y Guillermina Bravo.
Sin embargo, fue en la década de los ochenta del siglo pasado, que la modernidad o más bien la posmodernidad, llegó a la danza mexicana, con el movimiento denominado danza contemporánea independiente.
El libro Cuerpos en vilo de Carlos Ocampo, publicado en la colección de Periodismo Cultural de la Secretaría de Cultura, analiza este fenómeno que dio un giro a la fábrica dancística nacional, a través de la creación colectiva en agrupaciones como Antares, Contradanza, Barro Rojo, Teatro del Cuerpo, Tándem, U, X. Onodanza, Púrpura, El Cuerpo Mutable o Contempodanza, algunas de las cuales aún están activas.
Estas agrupaciones revaloraron el clásico pero pugnaron por un nuevo virtuosismo en el que todo lo aprendido se confundiera en una vía inmediata para formar la corporalidad, donde los cuerpos se asumieron como entidades atravesadas por la historia.
De acuerdo al autor, estos colectivos optaron por “no sujetarse al rigor anquilosado, dieron rienda suelta al saqueo de los arcones teatrales: con tantos recursos inutilizados hasta entonces, para qué empeñarse en lo ya conocido; se apropiaron de telas enormes; usaron ropa de mezclilla, camisetas de algodón y pantalones guangos; se encueraban a diestra y siniestra; mojaban su cabello en tinajas llenas de agua y pétalos de rosa; se hacían trajes y faldas con rollos de papel higiénico; aventaban condones al público o le arrojaban cubetadas de agua sin que éste chistara”.
En esta coyuntura, añade Carlos Ocampo, adoptaron un tono civil para hablar del amor o de la guerra, pero sobre todo procuraron abordar temas menores de la identidad y de la vida personal e incursionaron en la indagación gozosa y bullanguera de la cultura popular.
Era una danza “que mucho tenía de teatro y poco de faena terpsicórea, eso ni importaba, la meta consistía en replantearse el mundo a través de la escena, en hablar de la vida cotidiana, del erotismo y todas sus posibilidades, del compromiso social, de la miseria y de la guerra, de la injusticia o del íntimo padecer amoroso”.
Creadores aún activos como Raúl Parrao, Jorge Domínguez, Pilar Medina y Adriana Castaños, que fundaron algunos de estos colectivos, se encontraban llamados a renovar, de una manera radical, los usos y lenguajes dominantes hasta entonces, pues se postergó la técnica, ya que lo importante era comunicar a través del cuerpo humano, vehículo fundamental para la danza.
Carlos Ocampo apunta que el siglo XX “reportó para la danza, como para el resto de las expresiones artísticas, la liberación de cualquier canon descriptivo. Desde el surgimiento de la danza denominada moderna y más tarde contemporánea, la necesidad de narrar una historia dejó paso a preocupaciones de orden estrictamente dancístico.
“Las historias con principio, desarrollo y desenlace quedaron para las compañías de clásico; de manera creciente los coreógrafos buscaron expresarse a partir del movimiento puro. Esto le permitió a la danza ahondar en la especificidad de su propio lenguaje y adentrarse en los caminos de la abstracción”.
Esto generó desconcierto en grandes porciones de público que se confundía ante lo que contemplaba en escena, ya que la danza comenzó a convertirse en poesía que desdeñaba el relato, por la indagación de movimiento por sí sola, con elementos reiterativos, tiempos muertos, clima agobiante y una subjetividad esgrimida como instrumento expresivo.
Así, las obras de la llamada danza contemporánea independiente fueron insólitas en un panorama donde la importación de técnicas y estéticas era moneda corriente, ya que apostaron por el riesgo y la ruptura de moldes probados tanto éticos como estéticos, como es el caso de Contempodanza, cuyas coreografías se estructuraron como receptáculos del placer dancístico en estado puro.
Los colectivos también llevaron la danza por nuevos itinerarios que alcanzaron los espacios públicos, donde el espectador podía moverse libremente, lo que enriquece la percepción y con lo que devolvieron a la danza su carácter de ritual público.
Para los años noventa del siglo pasado, las coreografías de estas agrupaciones independientes llegaron al Palacio de Bellas Artes, ubicándose así como productoras de alta cultura, a pesar de que sus obras estaban impregnadas de coraje, angustia y fuerza expresiva, para indagar en el sustrato denso de la emotividad.