CrónicasDestacadosEspeciales

Un Encuentro con Rius

Por David Casco

Argonmexico / Cuando aprendí a leer, casi a los 6 años, de manera literal empecé a devorar cuanto libro, revista o periódico caía en mis manos. La pequeña biblioteca familiar ya no era suficiente, y no porque la hubiese leído toda, sino porque muchos libros no me interesaban. Y revisando encontré varias obras de Rius, un caricaturista michoacano quien, con sus trazos sencillos, explicaba de manera muy didáctica temas que iban desde política, nutrición y hasta historia.
Desde que leí uno por primera vez –La panza es primero–, quedé enganchado. Su manera irreverente, jocosa y crítica, acompañada de un sentido del humor ácido, hizo que me convirtiera en fanático de sus libros.
Por aquellos años, mi padre compraba de vez en cuando la historieta de Los Supermachos, misma que leía con avidez. Esos cuentos politizados y antisistema, explicaban temas coyunturales como la devaluación, la carestía, las corruptelas del RIP (PRI) y la mochería del “partido bolillo” (PAN); así como los fraudes electorales de aquél entonces.
Sus personajes vivían en un pueblo llamado San Garabato (nuestro Macondo mexicano, dice mi amigo el escritor Jesús Lemus Barajas), donde cada uno de ellos representa a un sector de este país de los años 70.

Allí vivían y convivían el cacique corrupto, don Perpetuo del Rosal; el boticario de izquierda, don Lucas; las mujeres beatas: doña Eme, Pomposa y Enedina (de la orden de la Vela Perpetua; el cantinero, el español Fiacro Franco; el tendero politizado, Ticiano; el par de policías corruptos; y los clásicos ciudadanos borregos, destacando Calzonzin y Chon Prieto, un par de borrachines buenos para nada.
Poco a poco, fui leyendo más obras de Rius –se dice que alfabetizó a más alumnos que los propios libros de texto gratuitos–, quien luego de cerrar Los Supermachos, por presiones del régimen priísta, abrió una revista más: Los Agachados, donde volvió a hacer de las suyas.
Colaborador de decenas de periódicos en México, Eduardo del Río, alias Rius, se ufanaba que lo habían corrido o censurado de casi todos. Incluso contaba que, pistola en mano, Manuel Buendía lo corrió de La Prensa.
En 1989, leí en La Jornada, que se presentaría el libro Puros Cuentos. Historia de la historieta en México, de Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, en el Gimnasio Coyoacán. Y entre los presentadores estaría nada más y nada menos que el maestro Rius.
Así que ese 20 de septiembre del lejano 1989, acompañado de Cecilia Téllez, amiga y compañera de la FCPyS de la UNAM y también fan del caricaturista, llegamos al lugar, que estaba a reventar.
Por fortuna alcanzamos un par de sillas dispuestas alrededor del ring que estaba en medio del gimnasio, y desde ahí escuchamos a los autores y ponentes.
Al término del evento, rápidamente nos acercamos al ring, para ver a Rius de cerca. Cecilia llevaba su grabadora, pues escuchaba a Tracy Chapman. Y con la pena, se la pedí prestada, y hasta me dio chance de grabar en su cassette (perdón, te debo una).
Así, grabadora en mano, subimos al ring, y de tal suerte que les ganamos a todos los reporteros que intentaban entrevistar a Rius. Cuando nos preguntó de qué medio éramos, le dijimos que éramos estudiantes de Ciencias de la Comunicación… y amablemente el maestro aceptó la plática, que duró unos 5 minutos.
Aguantándome los nervios, le pregunté qué opinaba de los caricaturistas actuales, y habló de su admiración por los moneros de La Jornada, que editaban el suplemento dominical Histerietas.
Y adelantó que le gustaría hacer algo con ellos, “una revista o algo así”, dijo. Hablaba de El Chamuco, la revista quincenal que editó algunos años con El Fisgón.
Algo que me llamó la atención aquella ocasión –la primera que lo tuve enfrente–, fueron sus ojos azules, que tímidos volteaban hacia abajo, casi sin verme a la cara. Por la presión de los reporteros, dimos las gracias al caricaturista luego de 5 minutos. Rius nos despidió de mano, y nos deseó éxito en la carrera que estábamos a punto de iniciar.
(Vale anotar que los reporteros que hicieron fila detrás de mí, para entrevistar a Rius, estaban sumamente encabronados, pues no pensaron que el maestro le daría la oportunidad a un estudiante, y hasta les pidió silencio cuando empezaron a chiflarme para que concluyera la charla).
Así era Rius, generoso y tímido. Años después tuve la oportunidad de entrevistarlo un par de veces, y siempre se mostró igual de sencillo y con un gran sentido del humor.
Hoy, el más grande de su generación se ha ido. Hasta siempre, maestro.