Crónicas

Plazas y Portales de Tacubaya

Argonmexico.com / La primera plaza que se encontraba al llegar a la población de Tacubaya -entre Martí y Antonio Maceo-, era la de Ermita de Tacubaya, llamada así por la existencia de una pequeña iglesia a la que llamaban Ermita del Calvario. Después, en ese mismo sitio existió una pulpería que llevó el mismo nombre, sin embargo, la pequeña plazuela fue destruida para dar paso a la actual avenida Benjamin Franklin. Desde esta plazuela se podía observar el portal de acceso a la propiedad de los Mier y Celis.

 

A un extremo de la calle Real -en donde convergen la actual avenida Parque Lira con la avenida Jalisco-, se llegaba al portal de Cartagena, hoy desaparecido, sitio en donde se surtía con todo lo indispensable: “frutas, verduras, semillas, pan, carne, ollas, cazuelas, anafres, sombreros, rebozos, calzones y zapatos. De todo y para todos.” Ahí se conjugaban puestos de madera, tenderetes improvisados, vendedores ambulantes y alguno que otro gritón, vocero de las ofertas.

Desde los balcones del portal, “se veía el constante tránsito de carros, recuas y jinetes, cargadores, tortilleras, pulquerías y comerciantes en pequeño; unos iban a venían hacia el camino de Toluca o el de Nonoalco, barrio de Mixcoac; otros ocurrían a los mesones que estaban par el barrio de Huichilac y otros entregaban su mercancía en los comercios de la plaza”. También llegaban jugadores a la plaza de Cartagena “corazón de Tacubaya”, es decir sitio de reunión, de paso y de comercio.


Según cuentan, todos sus habitantes participaron para el arreglo de esta plaza con un hermoso jardín, mejor aún que el de la Alameda, como nos cuenta Manuel Payno: “La plaza, que desde hace poco solamente tenía una calzada de fresnos, se ha convertido en una pequeña pero primorosa alameda, con su fuente en el centro y sus jardines plantados con flores y arbustos, cuyo cultivo está a cargo de algunas familias que se hallan radicadas en la población. En las noches, un alumbrado, aunque en menor escala, superior al de México, da a esta población un aspecto severo a la vez que agradable, como lo tienen todas las poblaciones mixtas, que participan de la elegancia de las ciudades y de la rusticidad del campo.”

En ese mismo sitio, se estacionaban los tranvías que iban hacia México y cerca se encontraba el camino que, una vez pasado el mercado -aledaño al río de Tacubaya-, se dirigía a otro nodo de suma importancia en la población, conocido como la alameda de Tacubaya. Este era un precioso parque con fuente y columna conmemorativa a los que combatieron en 1847; ahí se encontraba el “deposito de tranvías que iba hacia San Ángel”, y el muro atrial que protegía el panteón del convento de Santo Domingo.

La arboleda de la alameda se unía prácticamente con la del atrio, marcando el fin de la calle del Calvario. Este sitio seria a su vez un gran punto de reunión para todos aquellos que asistían continuamente a la parroquia de la Candelaria. Más allá no quedaban más que terrenos de cultivo.

Volviendo a la plaza de Cartagena, partía el camino que llevaba para Toluca, pasando par el portal de la Magdalena, que en aquel entonces sólo tenía la planta baja y después se le construyó un piso adicional. “A ese portal llegaban diligencias y los carros, que podían descargar cómodamente sin que, en caso de lluvia, se mojara la mercancía; los comercios eran muchos, ahí había pulquería, tabernas, tiendas de abarrote, tlapalerías, carnicerías y posadas de mala muerte”.


Subiendo por la loma que está detrás de la casa Amarilla, a través de la calle de Cervantes, existía una pequeña plaza verde, llamada plazuela de las Huertas, justo al frente del ex convento de San Diego, la cual confirma que cada iglesia y convento tenía su propio atrio o plazuela para alojar a los fieles.

Otro punto de reunión de singular importancia se localizaba sobre la calle de Rufina y calle Real, ya que en la fachada de la tienda de la Guadalupana se encontraba una hornacina que guardaba una antigua escultura de la Virgen de Guadalupe, siendo ésta la imagen más venerada por los pobladores de Tacubaya. Inexplicablemente, la imagen fue destruida, según Fernández del Castillo “a golpes de culata”, sin embargo, los comerciantes seguían poniendo veladoras en la hornacina donde se encontraba la virgen.

Finalmente, casi al límite de la población de Tacubaya se encontraba de remate el bello portal de San Juan, sitio en donde se bifurcaban dos caminos, uno de los cuales era el antiguo camino hacia Toluca -del cual curiosamente nadie habla. A este lugar asistía constantemente la gente del pueblo para sacar agua de la fuente que se encontraba frente al portal.

La gran cantidad de portales y plazas en la zona de Tacubaya respondía al auge comercial que se incrementaba cada vez más, debido a que la gente de la capital buscaba aquí lo que no podía encontrar en la ciudad: “se daban sus mafias para conseguir lo que les era necesario” Además de los lugares antes mencionados, existían otros sitios de reunión como los tívolis, el teatro Apolo así como la biblioteca pública. Por desgracia, ninguno de estos sitios queda físicamente, pues fueron devorados por las obras de urbanización, en donde como dice Fernández del Castillo, “no siempre se atiende a lo tradicional sino a la conveniencia de los propósitos de quienes emprenden las obras de mejoramiento urbano”.

Sin duda, las plazas han sido uno de los puntos más afectados por las transformaciones de la ciudad, de tal forma que éstas, junto con los portales y alamedas con sus hermosas arboledas, arcadas y rincones que embellecían a Tacubaya, actualmente sólo pueden ser observados en fotografías antiguas que nos traen la imagen de aquellos pueblos hechos a mano, con el tiempo, sin regla ni escuadra, sino simplemente dejando espacios que con sus fuentes, árboles y flores, agradaban a sus habitantes y que hoy nos llegan a la memoria.

Tacubaya en la actualidad tiene, como hemos dicho, un convento de religiosos de San Diego y una iglesia parroquial, una plaza de mercado, un pequeño portal, un cuartel de caballería recientemente construido, y una escuela que pronto estará concluida.
Así como los castillos y casas señoriales de la nobleza europea, necesitaban para ser completos de un parque y un jardín, así también las ciudades cuando llegan a cierta extensión y antigüedad, necesitan de sus grandes parques y de sus grandes jardines para que la población vaya a olvidar la turbulencia y fatiga de la ciudad, y a recobrar nueva vida con aire puro y embalsamado de los campos. (Manuel Payno, 1856)

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