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Por  Francisco  Rodríguez

Argonmexico / Los mediocres ya propician el vacío de poder

A velocidad turbo transitamos en México por un camino peligroso: vamos cruzando ya la delgada línea fronteriza entre lo prometido y lo que se define como la tierra de nadie, donde cohabitan las omisiones y los escándalos de la autoridad, la inmunidad de la delincuencia, la cobardía de las oposiciones y los abusos de la justicia establecida.

Ya vamos hacia la tierra del miedo donde reina la angustia, atizada por el temor a la tragedia, tan consustancial a los pueblos oprimidos. En este gran reino del pasmo y la catatonia, el poder civil está ahogándose, materialmente, en un vaso de agua.

La anegación de sus mitocondrias ha sido causada por la tormenta perfecta que forman el concubinato integrado por la ignorancia de sus torres, reyes y alfiles y la soberbia de sus mandatarios, dueños de una sensibilidad de paquidermo, por decir lo menos.

Los habitantes que lo único que quieren es respeto, seguridad e integridad, se preguntan, ¿si así pasa lo que ha pasado, cómo reaccionaran las autoridades ante una crisis de regular tamaño, como la que vemos venir? 

Sin esfuerzo, los mediocres se han juntado y han tomado el poder

Cada día que pasa es más cierta la sensación entre los parroquianos de que en el siglo XXI la esperada gran revolución de las conciencias no ha sido el éxito de la democracia, ni la expansión de las teorías de la equidad, ni el avance científico, ni el triunfo del Estado de bienestar, sino la irrupción de los mediocres en el gobierno.

Los mediocres se han juntado y, sin organizarse demasiado, han tomado el poder, convirtiéndose en la clase que trata de imponer su particular ley. La inteligencia y la virtud han sido desalojadas de los palacios y ministerios, para que no le estorben a la ignorancia, la mediocridad, la vulgaridad, la mentira y el odio.

‎Bien lo decía Erasmo de Rotterdam: desde que dominan los mediocres, los grandes hombres y mujeres no son admitidos en el poder, porque su simple presencia ridiculizaría a las bandadas de mediocres y torpes que nos dominan. La mediocridad se convirtió en la gran herejía de nuestro tiempo, y venía fraguándose desde hace siglos.

Mediocridad: infierno para los mejores, paraíso para los miserables

El dominio que impone la mediocridad es letal y está destruyendo poco a poco todos y cada uno de los logros de la civilización, desde la libertad y los derechos individuales, hasta los valores de la fraternidad, la tolerancia, el buen gobierno y la verdad. La moderna ciencia política, la investigación y los avances científicos están rebasados.

El honor, el trabajo y la virtud son perseguidos y maltratados. El mundo que construyen los inútiles es un infierno para los mejores y un paraíso para los miserables. Para éstos, no es importante gobernar, sino controlar todo el poder. Forman una gigantesca confabulación de gente sin méritos ni grandeza.

Con justa razón dice Noam Chomsky que “el rechazo de la ciudadanía a los políticos es consecuencia directa de la dictadura de los mediocres”, y eso no es poco decir, viniendo de esa mente lúcida. 

Los mediocres tienen a sus propios aduladores… al mejor postor

Como toda Corte de Miserables, la de ese jaez requiere de aduladores, y eso se torna más fácil que la tabla del uno: echan mano del presupuesto para controlar los moches de la prensa infame. Tienen comprados casi a todos los loros del circo. Cada uno tiene un precio más que conocido.

Son las mancuernas que nunca fallan. Siempre está puntual el cobro de la maleta, previo descuento con el publirrelacionista en jefe quien casi siempre se queda con la parte del león.

Así se forjan las catervas y las pandillas de los mediocres que nos aniquilan. Un jueguito aparentemente insulso, pero demasiado peligroso.

El ocaso de los mediocres, ¿el fin de los paniaguados del poder?

Las estafas maestras con nuestros impuestos, a través de triangulaciones y maquinaciones con fantasmas de la empresa, con inexistentes bultos de las cofradías del engaño, son la prueba palpable de estos tiquismiquis que ya no asombran, sino denigran.

Son los constructores de la vacuidad. Por eso les molesta que alguien les eche a perder el negocio, ellos sólo necesitan a los aplaudidores del merolico que oficia en Palacio. Cuando ven a alguien que se codea con el populacho lo señalan y condenan como fifí, como conservador que atenta contra las buenas costumbres de su transformación. 

La República, dicen ellos, está a sus pies. Los interlocutores de la gleba, también. La vergüenza popular no existe: ha sido engañada por los medios a la venta. Los aplaudidores los elevan a la categoría de héroes civiles, referentes obligados del sistema, dueños de secretos, que en medio de su indolencia, les pasaron de noche.

Por eso, el ocaso de los mediocres puede ser el fin de los paniaguados del poder, el infierno de todos tan temido. La pesadilla del ostracismo o de la cárcel que los amenaza por igual. La dignidad ofendida hecha justicia.

Reaccionar ante los mediocres, de extrema importancia y urgencia

Hoy que el mundo pone los ojos en lo que se hace y se deja de hacer en México, debemos aprovechar la oportunidad para impedir que el atraco, la rapiña y la ignorancia sienten definitivamente sus reales en este país, tan urgido de verdad y tan necesitado de justicia. 

Por única y quizá última vez debemos comprobar que sí se puede. Sí se ha podido en otros episodios de la historia, no tiene por qué ser diferente estar tan lejos el objetivo.

Y debemos hacerlo antes de que el real vacío de poder se asome a nuestras habitaciones. Antes de que su rostro demacrado y macilento nos informe que ha ganado la turbamulta, la chabacanería, la masiva ignorancia, porque el gobierno se haya demolido por dentro. Antes de que acuda a su particular razón de Estado para exterminarnos a todos.

Antes de que lleguen los coletazos y los estertores ante el avance de la verdad, nosotros debemos ser los primeros en salvarnos. Despertar es de extrema importancia, de extrema urgencia. Es ahora o nunca.

¿No cree usted?

Índice Flamígero: 

La 4T necesitará tomar una decisión importante. O se resignan a cambiar su modelo de gobernanza y salen como cualquier ciudadano tras haber ejercido su servicio público, o se mantienen hasta que inevitablemente los pilares que la sostienen se vuelquen contra ellos y vean un destino peor del que jamás pudiesen haber proyectado.