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Cómo Viví la Ceremonia

Socorro Valdez / Colaboradora Especial

Argonmexico / ¿Por qué nosotros representar a quien la cobardía, la indolencia y las balas les quitaron la oportunidad de estar ahí? ¿Por qué yo ocupar inmerecidamente el lugar de Miroslava Breach Velducea? Corresponsal de La Jornada que supo, junto con seis más, que la libertad de expresión se trunca con la vida y se alienta con la omisión y la impundidad. ¿Por qué recibir esa distinción que debía ser para ella? ¡Y sí, la hice de ella! Tal vez muchos preguntarán ¿Por qué el honor de representar a siete plumas de periodistas asesinados? ¡Ni yo lo supe! No lo esperaba. Tampoco creo que mis seis compañeros que compartimos el privilegio, daban explicación a tan grato halago, pero ahí estábamos… Martín Martínez, Leonardo Rosas; Luis Serieys, Daniel Gómez, Esteban Durán y Luis Alberto Duarte. Cada uno con ese reconocimiento que lo hicimos nuestro, pero que era de Cecilio Pineda Brito; de Ricardo Monlui Cabrera, de Mirsolava Breach Valducea, de Maximino Rodríguez Palacios, de Filiberto Álvarez Landeros, de Javier Valdez Cárdenas y de Jonathan Rodríguez Cárdenas. Todos ausentes físicamente, pero todos ahí en cada uno de nosotros. Sus voces se escucharon con el acto de ¡Presente!, de aquellos que desde el fondo hacían que se escuchara su voz, justo cerca de los reporteros gráficos que constantemente eran replegados y sentían de nuevo ese freno, esa obstrucción a su labor. Estaba ahí parada, pero aún no sabía por qué yo. Sólo unas horas antes conocí que tendría esa distinción. Fue sí, una distinción, un honor ir a nombre de quien el 23 de marzo en Ciudad Juárez, fue baleada, sin que su muerte tenga castigo, igual que la de ellos, que enlutaron a Guerrero, a Veracruz, a Baja California Sur, a Morelos, a Sinaloa , a Jalisco, al país, al gremio. Ellos no estaban, y yo, y mis seis compañeros ahí, rodeados de trayectoria, de grandes de la comunicación. Desconcertante, pero sentí ese orgullo de representar a una mujer que no conocí. Ahí, frente a todos en la vieja casona de Xicoténcatl, ante la efigie de Belisario Dominguez y ante viejos compañeros de giras; de mis hijas, de mi nieto; de mi amado jefe durante 12 años, José Fonseca, y de mi querida amiga, mentora, Ángeles Fernández Mondragón, ambos reconocidos, uno con medalla y otra por profesional de la comunicación. Eran 131 que merecieron en esta ocasión los galardones. Mucha trayectoria periodística nuevamente ninguneada, menospreciada para dar paso a invitados especiales, incluso a boxeadores, que les dieron 150 lugares para dejar parados a quienes serían premiados. Una ceremonia que nuevamente combinaba el grito gremial a través de Guillermo Ochoa -¡Esperamos resultados, pero además, los esperamos pronto!- con el afán protagónico de un senador, Marco Antonio Blasquez Salinas, quien tristemente quiso aprovechar una ceremonia y desplazar, incluso hasta la tercera fila, las sillas de aquellos siete compañeros que fueron abatidos por las balas. Se reveló otra vez esa incapacidad de proteger, de alentar al periodista, pues ahí, en cajas de cartón, quedaron sus reconocimiento de más de 40 compañeros, que con sorpresa no escucharon su nombre ni vieron su presea. Mientras yo seguía con esa incertidumbre bañada de emoción. Esperé formada hasta que ella, Miroslava, fue nombrada. Subí y sin que nadie lo notara, mi cuerpo comenzó a temblar discretamente. La llamaron y en su lugar, con ese honor que sentí, me presenté con su distinción. Estreché las manos de legisladores, la de mi compañero Jaime Arizmendi -impulsor de los reconocimientos y preseas-, saludé y algo sucedió, mi temple de siempre se vino abajo. Me sentí extraña, involuntariamente algo raro sucedía en mi interior. Una sensación recorrió mi columna, una pequeña descarga eléctrica; sentí escalofrío, dolor, mi alma se estremeció, pero con orgullo me mantuve ahí, de frente, sin mirar a nadie. Alcé un poco más su distinción, y la hice mía, le elevé un ¡Gracias! Quise hablar, quería no guardar silencio y decir unas palabras. Me contuve, el protocolo era otros. Reconocía a mi colega ausente. Con firmeza le llevé hasta su silla que esperaba su presea, coloqué con cariño su carpeta y sus flores blancas. Dejé su lugar y no guardé para mi la sensación, brevemente comenté a mis compañeros. Abracé a Rafa Flores Martínez y aún atónita, le dije a unos, a otros, como Arturo Villarreal, a Juan Pablo Cárdenas, a Susy Coeto, que también me acompañaron, que dolió. Luego, tomé mi celular y busqué aquella nota breve que quise leer si me lo hubieran permitido, y que en honor a ella, a ellos les digo en estas líneas ¡Va por tí!, por ellos, por todos, ¡Gracias Jaime!, gracias a esos rostros que no se ven y hacen posible el reconocimiento tan merecido a todos. Gracias por ese esfuerzo que se da para palear esta adversa condición que compañeros enfrentan a diario en todo el país por ejercer esta adictiva profesión. Un fraternal abrazo a quienes en vida fueron galardonados, ¡lo merecen! Yo no me victimizaré, porque no he padecido esa violencia, pero cada agravio es mío, es nuestro, es de todos, periodistas o sólo ciudadanos que merecen, que tienen derecho de vivir y salir sin miedo, de ejercer con seguridad su labor, de llegar a casa sin temor, por eso hoy sólo quiero acompañar mi voz con la de Francisco de Quevedo: “No he de callar por más que ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces de miedo”.